Un proyecto por las vocaciones STEM fallido. ¿Por qué?

Estudio
Un proyecto por las vocaciones STEM fallido. ¿Por qué?
Las consecuencias de la presión académica
Nivel educativo
- ESO
- Profesorado
Área de conocimiento
- Ciencias de la naturaleza - Física y Química
- Ciencias de la naturaleza - Biología y Geología
- Metodologías Educativas
- Evaluación Educativa
Competencias
- Competencia matemática y en ciencia, tecnología e ingeniería
¿Estamos poniendo el acento de las vocaciones STEM en el lugar correcto?
Son muchos los intentos que, desde diferentes instituciones, se llevan a cabo en toda Europa para impulsar las vocaciones STEM entre el alumnado de Secundaria, pero normalmente nos quedamos sin saber su impacto real en dicho objetivo, al menos en España.
He aquí un proyecto ambicioso del que sí fue medido su efecto. Ambicioso porque se llevó a cabo a lo largo de tres años y con la clara intención de medir su impacto. Fue en Reino Unido, lo impulsó la Sociedad Británica de Ciencia y su impacto en los estudiantes fue nulo. Precisamente en su intrascendencia reside su interés, puesto que la observación de sus características puede ayudar a otras instituciones a definir una “intervención STEM” en la escuela.
El proyecto fue bautizado como CREST Silver Award, se implementó entre octubre de 2016 y diciembre de 2019 en 180 centros educativos del sur de Inglaterra y Londres, y en él han participado 2.810 alumnos de 9.º grado (13-14 años). La evaluación de dicho proyecto fue publicada por Education Endowment Foundation y de su web extraemos las conclusiones.
El CREST Silver Award se diseñó con el objetivo de atraer a los jóvenes estudiantes a la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM, por su sigla en inglés) y favorecer el desarrollo de proyectos de investigación propios para presentarlos a la Sociedad Británica de Ciencia. Solo una cuarta parte de los participantes acabó presentando su proyecto a lo largo de los tres años. Por el camino abandonaron muchos, hasta el punto de que los evaluadores consideran que la muestra que quedó podía no ser representativa de la población escolar británica.
Tampoco hubo una implementación homogénea del proyecto –salvo en la cantidad de horas empleadas, que debían ser 30–, ya que en unos centros se llevó a cabo en las clases regladas de ciencias y en otros fuera del horario lectivo, como actividad extraescolar. El progreso de los trabajos fue mayor en estos últimos. Pero en ninguno de los casos se detectó una mejora de los resultados del alumnado en las asignaturas de ciencias, ni tampoco un aumento de las vocaciones STEM, tanto en chicas como en chicos; ni tampoco una mejor percepción de autoeficacia en esas materias.
El único efecto positivo fue el encontrado en la actitud y la confianza hacia la escuela de los jóvenes participantes. Y los evaluadores hicieron constar un matiz adicional que pudo no ser baladí en el fracaso del programa: la falta de tiempo de los estudiantes para llevar a cabo sus proyectos debido a sus compromisos escolares, entre otros, el de prepararse el examen para obtener el Certificado General de Educación Secundaria (GCSE). En este sentido, tal vez, la elección del curso no fue la adecuada para exigir al alumnado un compromiso y una ilusión por una vocación.
¿Estamos poniendo el acento de las vocaciones STEM en el lugar correcto?
Son muchos los intentos que, desde diferentes instituciones, se llevan a cabo en toda Europa para impulsar las vocaciones STEM entre el alumnado de Secundaria, pero normalmente nos quedamos sin saber su impacto real en dicho objetivo, al menos en España.
He aquí un proyecto ambicioso del que sí fue medido su efecto. Ambicioso porque se llevó a cabo a lo largo de tres años y con la clara intención de medir su impacto. Fue en Reino Unido, lo impulsó la Sociedad Británica de Ciencia y su impacto en los estudiantes fue nulo. Precisamente en su intrascendencia reside su interés, puesto que la observación de sus características puede ayudar a otras instituciones a definir una “intervención STEM” en la escuela.
El proyecto fue bautizado como CREST Silver Award, se implementó entre octubre de 2016 y diciembre de 2019 en 180 centros educativos del sur de Inglaterra y Londres, y en él han participado 2.810 alumnos de 9.º grado (13-14 años). La evaluación de dicho proyecto fue publicada por Education Endowment Foundation y de su web extraemos las conclusiones.
El CREST Silver Award se diseñó con el objetivo de atraer a los jóvenes estudiantes a la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM, por su sigla en inglés) y favorecer el desarrollo de proyectos de investigación propios para presentarlos a la Sociedad Británica de Ciencia. Solo una cuarta parte de los participantes acabó presentando su proyecto a lo largo de los tres años. Por el camino abandonaron muchos, hasta el punto de que los evaluadores consideran que la muestra que quedó podía no ser representativa de la población escolar británica.
Tampoco hubo una implementación homogénea del proyecto –salvo en la cantidad de horas empleadas, que debían ser 30–, ya que en unos centros se llevó a cabo en las clases regladas de ciencias y en otros fuera del horario lectivo, como actividad extraescolar. El progreso de los trabajos fue mayor en estos últimos. Pero en ninguno de los casos se detectó una mejora de los resultados del alumnado en las asignaturas de ciencias, ni tampoco un aumento de las vocaciones STEM, tanto en chicas como en chicos; ni tampoco una mejor percepción de autoeficacia en esas materias.
El único efecto positivo fue el encontrado en la actitud y la confianza hacia la escuela de los jóvenes participantes. Y los evaluadores hicieron constar un matiz adicional que pudo no ser baladí en el fracaso del programa: la falta de tiempo de los estudiantes para llevar a cabo sus proyectos debido a sus compromisos escolares, entre otros, el de prepararse el examen para obtener el Certificado General de Educación Secundaria (GCSE). En este sentido, tal vez, la elección del curso no fue la adecuada para exigir al alumnado un compromiso y una ilusión por una vocación.
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