Reinterpretando la música en las aulas

A finales de 2011, la cantante y compositora islandesa Björk publicaba el álbum «Biophilia» acompañado de un ambicioso e innovador proyecto educativo. Toda una declaración de intenciones acerca del papel que la música debe desempeñar en la enseñanza.

Biophilia Educational Project aunaba música, tecnología y ciencias naturales de forma creativa (¡es Björk!) y proporcionaba a los docentes una genial herramienta de investigación y aprendizaje aún vigente. Cada canción de «Biophilia» tiene una aplicación propia, y cada aplicación explora diferentes aspectos de la teoría musical (ritmo, escalas, contrapunto, etc.) y está representada por un fenómeno científico.

Un ejemplo paradigmático, pionero y de gran calidad que reivindica el gran potencial de la música en el ámbito educativo.

En un momento en que integramos conceptos fundamentales como competencias, creatividad o emoción como fuente de aprendizaje, la música recupera poco a poco su papel central en la escuela.

Son muchos, y muy bien conocidos por la ciencia, los beneficios que aporta a personas de todas las edades el contacto con la música. Partimos de un hecho prácticamente incontestable: la música nos acompaña en todas las etapas de nuestra vida y escucharla –también practicarla- genera endorfinas, la conocida como «hormona de la felicidad», que contribuye al desarrollo del área cerebral relacionada con la motivación, el placer y la recompensa.

Con estas primeras consideraciones ya tenemos motivos de peso para no relegar la música únicamente a nuestros momentos de ocio. Y, aún más importante, estamos ante una disciplina con un gran potencial en las escuelas que deberíamos aprovechar. Tal como se explica en el artículo «La música como ámbito de educación» de José Manuel Touriñán y Silvana Longueira, “La  inclusión de las artes, en general, y de la música, en particular, en los sistemas educativos tiene relación con el modelo de ser humano y el modelo de sociedad que queremos”.

Es hora de que esta disciplina deje de ser un satélite en los planes de enseñanza y ocupe la posición (central) que merece. Algunos docentes y centros educativos ya lo están haciendo. Te explicamos porqué.

Más atención y memorización: la formación musical estimula áreas del cerebro relacionadas con la concentración, la atención a los detalles y la constancia.

Estimula la creatividad, la agilidad mental y capacita para la resolución de problemas de forma imaginativa.

Desarrolla habilidades motoras y rítmicas: sobre todo, en los más pequeños. Las rutinas y la participación activa en ejercicios permiten interiorizar una mejor y más temprana capacidad de coordinación.

Sociabilización, empatía y confianza: la música contribuye también a la educación socioemocional de pequeños y no tan pequeños. La autoestima, cooperación, seguridad personal y la gestión de relaciones con los demás son algunos de los ámbitos donde la música tiene grandes beneficios.

¿Y en asignaturas concretas?

La ciencia ha demostrado que “la música estimula el hemisferio izquierdo del cerebro, el encargado del aprendizaje del lenguaje, los números y el uso de la lógica” […] El trabajo melódico favorece la memorización de textos y la correcta acentuación de las palabras e incluso mejora la dicción. El trabajo auditivo con melodía y timbre beneficia la capacidad de concentración y el aprendizaje de otras lenguas”. Respecto a las matemáticas, “el trabajo rítmico ayuda a la comprensión de las relaciones matemáticas” (Guía Emagister).

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Ahora que se rompen esquemas convencionales en cuanto a la enseñanza, la música nos ayuda a reivindicar un modelo pedagógico más interdisciplinario, a diluir fronteras entre disciplinas (os suena STEAM?) y, en definitiva, a hacer el aprendizaje algo más cercano a la experiencia humana.