Créditos

Fundació Bancària “la Caixa”

Idea original y guion:
Ivo Fornesa

Diseño y producción del interactivo:
El taller interactivo, S. L.

Ilustraciones:
Carlos Lluch

eduCaixa

Culturas del mundo

Conoce a Boni, un chico filipino

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Conoce a Boni,un chico filipino

Boni
Sitúa Filipinas
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Hoy vamos a presentaros a un nuevo amigo: se llama Boni y es de Filipinas. Su nombre, en realidad, es el diminutivo de Bonifacio.

¿Sabías que en ese país, por la herencia española, se usan aún muchos nombres de pila que aquí se consideran antiguos o de gente mayor?

Por ejemplo, en su familia hay Eustaquio, Florencio, dos Anicetas, varias Doroteas y un largo etcétera de nombres que sus compañeros de escuela le piden repetir mientras se mueren de risa y se inventan variaciones y apellidos como «Eustaquio Latrompa» o «Secundino Tercero».

Nuestro amigo vive con su madre en Madrid.

Cuando Boni llegó a España, sus compañeros se extrañaron de lo rápido que consiguió aprender el castellano.

Pero no tiene ningún misterio porque es de Zamboanga, en la región de Mindanao, y allí se habla el dialecto chabacano, que es una mezcla de español, tagalo y dialecto cebuano.

Al hablar siguen usando muchas expresiones del castellano que ya no se oyen aquí.

Boni estudia en una escuela cerca del parque del Buen Retiro.

Paseando por sus jardines aprendió que el gran Palacio de Cristal, ese edificio de cristal y acero que se alza ante el lago, fue construido a propósito en 1887 para albergar una enorme exposición sobre las Filipinas.

Boni no puede evitar sentirse nostálgico y orgulloso cada vez que lo ve.

El barrio del Retiro está repleto de tiendas y restaurantes de aspecto fabuloso.

Pero Boni y su madre viven en el barrio de Tetuán, donde hay muchísima gente originaria de su tierra.

Su madre tiene un buen trabajo y le queda dinero para enviar a casa cada mes.

En Filipinas, los lazos familiares son muy intensos y ayudarse entre ellos es algo que hace más llevaderas las ausencias de las personas queridas.

Boni siempre se dice que ojalá algún día él también pueda enviar regalos a sus abuelos y a su papá.

Un día, cuando iba a recoger a su madre, pasó por delante de una tienda de aspecto intrigante.

En la parte superior de la fachada, unas grandes letras doradas anunciaban: «Antigüedades».

Lo que vio a través del enorme cristal de seguridad de la vitrina lo hipnotizó:

colocadas en maniquís de costura, estaban expuestas unas telas preciosas con flecos, repletas de bordados de seda.

Boni se quedó pegado a ese escaparate porque esas telas excitaban poderosamente su curiosidad.

Por el reflejo del vidrio advirtió a sus espaldas que un hombre mayor lo observaba.

Un caballero muy bien vestido, con una pajarita multicolor y una barba blanca recortada.

Parecía uno de esos personajes que salen en las series de televisión inglesas que sigue su madre.

El hombre señaló el escaparate al tiempo que le decía:
—Parece que te llama la atención lo que tengo expuesto.—

Calando sobre su nariz unos anteojos sin patas, se inclinó sobre el rostro de Boni como inspeccionándolo.

—¡Hummm! ¿No serás filipino? ¿Sabes lo que son esas telas?

—Si eres de allí, probablemente lo sabrás.

—Sí, señor, soy de Filipinas, solo sé que me gustan y puedo ver que es un trabajo estupendo—.

Respondió educadamente Boni.

—Los colores de las sedas y el diseño de los bordados son magníficos.

El caballero quedó perplejo ante una respuesta que no esperaba y frunció el ceño.

—¡Caramba! Y, ¿cómo un chico tan joven puede distinguir y apreciar la calidad de un trabajo como ese?

—Bueno, es que mi madre es costurera y borda para diferentes clientes de este barrio, sobre todo iniciales en los manteles, las toallas y la ropa de cama, pero también les remienda textiles de calidad.

—Yo la ayudo un poco, recogiendo o devolviendo encargos que ha hecho en nuestra casa mientras ella atiende en otras.

El señor asintió y dijo:

—¡Ahora entiendo por qué tienes tan buen ojo!

—Muy bien. Pues estas telas son mantones de Manila; vienen de Filipinas, como tú, y son piezas buenísimas.

—¿Quieres entrar en mi tienda para verlos de cerca?

El interior estaba repleto de objetos maravillosos.

Boni, sin ser un experto, percibía que todo rebosaba historia y calidad.

Sus ojos fascinados recorrían todos los objetos:

Los candelabros, los espejos, los finísimos muebles, e incluso distinguió una armadura con el penacho desmochado que vigilaba todos esos tesoros desde una esquina.

El anticuario le invitó a acercarse a los mantones.

—Míralos de cerca, tócalos y, sobre todo, opina.

Mientras hablaba descolgó uno de los mantones para ponerlo en las manos de Boni.

Era una pieza impresionante y, al recibirla en sus manos, aun siendo ligera y agradable al tacto, su peso le pareció abrumador.

Boni, a pesar de sus pocos años, supo que ese sería un momento importante en su vida.

—Dime qué ves. Cuéntame lo que sientes —le apremió el anciano.

A Boni le costaba expresarse en ese momento y, por otro lado, no era un parlanchín.

Cerró los ojos apretando la tela intensamente.

Al cabo de unos segundos, dijo:

—Veo y siento una obra de arte repleta de historia y emociones. Me ha parecido como si un pedazo de Filipinas y España se encontrasen.

—¡Vaya! La verdad es que no me esperaba una respuesta tan intensa y...

—Perdone —le cortó Boni.

—También he visto que tiene la seda desgarrada por dos sitios y varios flecos están enredados, y esta flor enorme —indicó con el dedo una peonía de delicados tonos rosados— está deshilachándose.

Boni prefirió no explicárselo pero, observando a su madre, había aprendido a coser y a menudo la ayudaba en remiendos menores, siempre bajo su supervisión.

El anticuario se rio:

—Eres un esteta y un experto. Vamos a hacer una cosa. Llévaselo a tu madre, a ver si puede arreglarlo.

A Boni se le abrieron los ojos como platos.

—¿No prefiere saber antes lo que cuesta el arreglo?

El comerciante meneó la cabeza.

—No hace falta, es el mejor mantón que nunca ha pasado por mi negocio y arreglarlo será difícil, pero, viendo cómo eres tú, sé que tu madre es una persona honrada.

—Llévatelo así, sin recibo ni nada.

—Cuando vuelvas, te mostraré otras cosas que necesitan ser restauradas.

Al decirlo, movió las manos y le señaló los enormes tapices flamencos que colgaban de las altas paredes, las gruesas alfombras y un sinfín de tejidos.

Boni se marchó llevando con cuidado una bonita caja adornada con motivos orientales. Dentro iba el mantón doblado y protegido entre tela de algodón.

Estaba muy contento y, además, comenzaba a llevar dinero a casa.

Aunque lo más importante es que había descubierto qué quería ser de mayor.

No sabía cómo se llamaba esa profesión, pero sí tenía claro que quería ser capaz de dibujar, diseñar y hacer cosas tan bonitas como la que llevaba consigo.

Fin

¿Estás seguro? ¡Inténtalo de nuevo!