Créditos

Fundació Bancària “la Caixa”

Idea original y guion:
Ivo Fornesa

Diseño y producción del interactivo:
El taller interactivo, S. L.

Ilustraciones:
Carlos Lluch

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Conoce a Sira, de Malí

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Conoce a Sira,de Malí

Sira
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El sol no se olvida de una aldea, aunque sea pequeña.
Proverbio peul

Vamos a conocer a Sira, una niña que pertenece a un grupo étnico muy especial que se extiende por toda la franja del África sahariana.

Sira vino con sus padres desde Malí y se establecieron en la comarca de La Vera, en Cáceres.

Son peules, una etnia que en cada zona africana recibe nombres diferentes: fulanis, fellatas, pullos...

Es un pueblo muy antiguo que, según las leyendas, procede de Egipto, concretamente del Sinaí, esa península cuyo extremo sur se adentra en el mar Rojo.

Los hombres y las mujeres peules conceden mucha importancia a la belleza y la elegancia, cuidan muchísimo su aspecto y tienen una innata distinción en el andar.

Si buscamos en Internet, enseguida encontraremos fotos de ellos.

Los peules se dedican esencialmente al pastoreo y, en esa labor, se dividen entre pastores sedentarios y pastores nómadas.

Estos últimos son llamados bororos y es el grupo al que pertenece la familia de Sira.

Hay que reconocer que es un nombre simpático, ese de bororo.

Sira se adaptó rápidamente al colegio y a sus compañeros, si bien lo que más le gustaba eran las actividades al aire libre y las visitas culturales, como cuando visitaron el monasterio de Yuste o una explotación de cerezas en Jerte.

En la cooperativa que visitaron les regalaron a cada alumno una cesta llena.

A ella le interesa mucho todo lo relacionado con la naturaleza, el campo y sus productos. Ella siempre está pensando en posibles proyectos con su país de origen.

Días atrás, por ejemplo, se enteró de que Malí es un gran productor de chufa, y que casi toda se exporta a España para producir la famosa horchata que tanto le gusta.

En todo caso, en Malí hace mucho calor y prefiere la suave brisa que desciende de la Serranía de Gredos. Y, por supuesto, están sus amigos.

Además, desde ayer, guarda un secreto que solo comparte con Eli y con Bruno.

El profesor de Ciencias Naturales, que es un gran partidario de llevarlos al campo para que las clases sean más prácticas, les propuso que se dispersaran en grupos de tres y que cada grupo recolectase una docena de diferentes flores silvestres.

Mientras recogían jaras, cardos blancos y margaritas, Eli oyó un ruido detrás de unos matorrales.

Se acercaron los tres con sigilo y encontraron un animalito malherido que estaba sufriendo.

Sira supo enseguida que era un cabrito y posó una mano sobre su cabeza para calmarlo.

Después revisó sus patas traseras porque, según ella, es donde suelen herirse las cabritas.

Ante el asombro de sus amigos, resultó tener razón: el animalito tenía clavado un vidrio entre sus pezuñas aún blandas y sangraba.

Se le notaba muy débil. Le lavaron la herida como pudieron. Como la excursión era cerca de sus casas, decidieron esconderlo para volver más tarde a rescatarlo.

Como la excursión era cerca de sus casas, decidieron esconderlo para volver más tarde a rescatarlo, pero no sin antes dejarle migas de pan mojadas con agua.

Sira, además, le construyó un refugio de ramitas en un plis plas.

Tras despedirse del profesor, se fueron los tres a la casa de Sira.

Ella quería preparar un remedio antes de recoger el cabrito, al que, por cierto, habían bautizado Cornelio.

Recordando los consejos de su abuela, que era la curandera y veterinaria de su aldea y curaba con remedios naturales indistintamente a personas y animales, se puso a macerar unas ramitas de romero con un poco de crema de aloe de su madre.

Ella sabía que ambas plantas cicatrizaban y, claro, juntas eran más eficaces.

Cuando se reencontraron con el cabrito, porque era varón y de un color negro lustroso, con la cabeza gruesa y muy peluda, se le veía más animado.

Parecía contento de verlos de nuevo, y sus ojos de iris amarillo y pupila horizontal, antes mortecinos, habían recuperado cierto brillo.

Entre los tres lo acomodaron en un carrito de la compra.

Con esfuerzo llegaron a casa de Sira para esconderlo en el pequeño patio de atrás.

Sira no sabía cómo decírselo a sus padres, pero se lo explicó a su hermano pequeño, que no tardó ni un minuto en contárselo a sus padres.

Su padre estaba muy enfadado. Es una persona muy honesta y no quiere que nadie pueda pensar lo contrario.

A la mañana siguiente, con su padre cargando el chotillo, se fueron a buscar a los posibles propietarios para devolvérselo.

Tuvieron suerte, y en la primera granja los recibió una señora muy agradable.

Sira le mostró el cabrito explicando cómo lo habían encontrado y curado. La señora les confirmó que había extraviado un pequeño cabrito el día anterior, pero que no lo tenía marcado aún.

La mujer la cogió de la mano y con un gesto les invitó a seguirla porque quería mostrarles su granja y, por supuesto, devolverle el cachorro a su madre.

Resultó que la señora criaba cabras de la raza verata, una especie autóctona en extinción que ella está empeñada en recuperar con otros productores.

Con ellos, en su pequeña cooperativa, producen un queso muy bueno.

Las cabras eran impresionantes: negras y con unos cuernos alzados y anchos que imponían mucho respeto.

La dueña comprendió rápidamente que padre e hija sabían de animales.

Sira le explicó a la propietaria que en su país de origen eran granjeros de cabras, pero de una raza diferente, aclaró.

La señora les preguntó si podían echarle una mano para cortarle las pezuñas a una cabra vieja y, si no les daba miedo, ayudarla después a limar los cuernos de un macho muy enojadizo y pendenciero.

Sira y su padre enseguida demostraron que podían hacerlo bien y muy rápido, una vez se hicieron con la maquinilla eléctrica de esquilar.

Sira se volvió hacia la propietaria y con toda naturalidad le dijo:

—Usted sola tiene mucho trabajo. ¿Por qué no contrata a mi papá? Como puede ver, adora las cabras y lo sabe todo sobre ellas.

La señora se quedó pensando y después respondió:

—Sí, quizá es una buena idea. Y a ti, ¿cómo puedo recompensarte por haber salvado a mi cabrito?

—Cornelio, se llama Cornelio —contestó Sira sin dudar—.

Pues me gustaría que de vez en cuando me dejara verlo con mis amigos Eli y Bruno. Ellos fueron quienes me ayudaron a salvarlo.

—Perfecto, venid el lunes a la salida del colegio y os invito a merendar.

Vamos a la granja a buscar queso y leche de cabra para que los probéis en casa, con tu madre.

Cogida de la gran mano de su padre, volvieron muy contentos a su casa.

Por el camino lo miró por el rabillo del ojo y no pudo evitar sonreír.

Seguro que su padre se sorprendería si supiera que ella ya estaba imaginando algún gran proyecto relacionado con el queso de cabra.

Fin

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