Créditos

Fundació Bancària “la Caixa”

Idea original y guion:
Ivo Fornesa

Diseño y producción del interactivo:
El taller interactivo, S. L.

Ilustraciones:
Carlos Lluch

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Conoce a XiaoHu, de China

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Conoce a XiǎoHǔ,de China

XiǎoHǔ
Sitúa China
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Esta es una historia sobre XiǎoHǔ, un niño cuyo nombre significa ‘Pequeño tigre’. Su padre se llama LǎoHǔ, que significa ‘Tigre viejo’

XiǎoHǔ nació en Jeilong-Chiang, un lugar muy frío del norte de China pegado a Siberia, pero ahora vive en España.

En realidad, en China hay 56 grupos étnicos con notables diferencias sociales, religiosas e incluso raciales.

XiǎoHǔ es manchú, mientras que la mayoría de los chinos que hay en España son han.

XiǎoHǔ vive con sus padres en un pueblo cercano a Madrid, y hace poco tuvo una hermanita.

Según sus padres, esta es una de las mejores recompensas de vivir aquí, ya que en China, por el exceso de población, la inmensa mayoría de matrimonios hasta hace poco solo podían tener un hijo.

Sus padres responden al tópico de que a los chinos les gusta comerciar porque tienen una tienda, pero él piensa que quizás lo que realmente quieren es ser independientes, que suena más romántico.

En realidad, los chinos tienen más puntos en común con los españoles que con el resto de europeos.

Quizás lo que les resulta más difícil es la lengua, y por eso puede parecer que se mezclan poco.

XiǎoHǔ piensa que no es culpa del castellano, sino de que vienen de una lengua tan complicada, repleta de normas y con alrededor de 50.000 pictogramas que, lógicamente, tienen la parte del cerebro destinada al aprendizaje de lenguas muy ocupada con la suya propia.

La fama de los chinos es de muy trabajadores, y es verdad que, a la mayoría, les gusta trabajar, pero también les encanta pasarlo bien.

Tienen muchísimos festejos y celebraciones, les fascina reunirse y, sobre todo, comer y divertirse.

Por suerte, la casualidad quiso que XiǎoHǔ pudiese aportar su granito de arena y demostrarlo con un ejemplo...

La ocasión llegó a raíz de que, por el mal tiempo, hacía dos días que los alumnos no salían al patio, y el parte meteorológico anunciaba lluvia el resto de la semana.

Para distraerlos, la profesora les propuso que cada uno explicase un juego de salón o una actividad lúdica para pasar el rato, haciendo hincapié que los que eran de origen extranjero mostrasen algo típico de sus respectivos países.

Parecía una
gran idea.

Muchos juegos interactivos de siempre son chinos:

desde el de piedra, papel y tijera, que en China es casi un deporte nacional, ...

... pasando por el diábolo, el go, el tangram, el xiàngqí
y otros muchos.

XiǎoHǔ quería presentar algo diferente pero no se decidía: algunos juegos son un poco difíciles, mientras que el de piedra, papel y tijera es demasiado simple.

Al llegar a la tienda, vio que su abuela estaba plácidamente bordando cojines, su gran entretenimiento.

Para los orientales, las personas mayores son merecedoras de mucho respeto y son fuente de sabiduría. Por ello, fue a pedirle consejo.

Mientras le explicaba lo que buscaba, ella la miraba por encima de sus gafas acariciando el ovillo de lana con la mano.

Le indicó con su mano huesuda que se acercase para darle su opinión al oído.

Al escucharla, la cara de XiǎoHǔ se iluminó y se fue de cabeza al interior de la tienda para tomar todo lo que necesitaba y poner en práctica el consejo de su abuela.

Mientras su padre le llevaba al colegio, él aferraba su juego y le pedía al Buda sonriente que no dejase de llover, porque deseaba poder presentárselo a sus compañeros.

Por fortuna, el diluvio no cesó y XiǎoHǔ esperaba nervioso que los otros fueran presentando sus propuestas.

Él era el último y lo que habían mostrado sus compañeros estaba bien, pero eran todas cosas conocidas.

Les enseñó lo que traía, un gran cubilete de bambú repleto de finas tablillas, un total de cien, con su extremo pintado en rojo en el que destacaba un número en blanco.

Rogó a la maestra que lo sostuviera por su parte inferior y que lo agitase suavemente hacia delante, con un ligero golpe seco al final, hasta que cayese una y solo una de las tablillas.

Mientras ella se familiarizaba con el objeto, XiǎoHǔ colocaba una lista sobre la pizarra con cien puntos.

Todos estaban muy intrigados, y la profesora cumplió a rajatabla las instrucciones y en segundos cayó una de las tablillas.

XiǎoHǔ la cogió y mostró a sus compañeros: era el número 19, y señaló la lista de la pizarra y pidió a la profesora que lo leyese en voz alta y que luego hiciera lo que indicaba la lista.

Mientras leía esbozó una sonrisa, puso cara resignada y acto seguido comenzó a agitar los brazos con los codos pegados al cuerpo y a cacarear.

La clase se desternillaba y también la profesora, e inmediatamente después, todos querían agitar el cubilete.

La sabia abuela de XiǎoHǔ le había aconsejado presentar una versión divertida del kau cim, más conocido como ‘lotería poética’.

Una práctica ancestral de muchos templos budistas en la que un monje interpreta, en un libro enorme y manoseado, los posibles significados del número obtenido por el consultante.

Evidentemente, había buscado cien alternativas que les hicieran reír y pasarlo bien mientras que, en el templo, se suelen buscar respuestas a temas relacionados con la salud, el amor y los negocios.

Ahora, para que todo terminase bien, solo faltaba que el padre de XiǎoHǔ no se diera cuenta de todo lo que había usado de su tienda.

Fin

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